Manifiesto

8:20 / Publicado por Octavio Ortiz de Landazuri /

  


Por Octavio O. de L.

Oscurece y no es fácil. Todo se avecina y es inevitable. Las mismas bromas pesadas de siempre. Ella al final de la cama. Es casi recurrente. A veces la saludo. Cosa rara. Ella me saluda también y pienso que ya lo olvido todo. Siempre ese cabello. La mirada perdida que termina por encontrarme, acorralarme. Me recuesto sobre la cama. Avanzo muy despacio y la contemplo un poco, antes que desaparezca como un mal acto de magia. Ilusionismo, en todas sus acepciones. Ella también lo era. Te proyectas y qué pasa después (...)  después, decides no volver más. ‘Te arrancas’ y apareces unos meses después en un lugar abarrotado de solemnidades, lejano, lleno de vacíos e inexactitudes. Y aún así, perdido entre los papeles viejos del desván.
           
Nos miramos fijamente y tratamos de responder las mismas preguntas. Trato de seguir el ritmo acompasado de una mirada sarcástica y tierna, atestada de matices. No recuerdo si quiera como nos conocimos y aún así, parece que fue hace unos minutos ya, que nos habíamos disgustado uno con el otro. Fácil. Uno no busca los problemas. Uno no busca lastimarse. Uno no busca lastimar a los demás. Uno simplemente vive y hace lo que cree que es correcto hacer, y aún así, terminas jodido, lloroso en un suelo frío, contundente. Con los ojos rojos recoges lo que todavía te queda de humanidad y tratas de levantar la frente y ciertamente, no puedes, mientras, la sangre brota de tus dientes y tu rostro que late, clamando para desangrarse, sólo te permite mirarte en el piso. Reducido, en cuatro patas, casi como una bestia, lástima, ellos tienen más dignidad. No te deja divisar al más próximo delante de ti.  

Siempre riéndose distinta a las palabras que le alcanzaban.

He tratado de olvidarlo todo, su rostro y hasta su cuerpo, ese cuerpo. Sin embargo, cada vez que vuelvo por la noche a dormir, sé que ella me estará esperando. Etérea. Retozando sobre sus cabellos con esas, sus palabras punzantes y como en los viejos tiempos, su cabello negro esparcido sobre la cama como después del milagro amoroso. Ella, o lo que permanece en mí de ella, quedará suspendido entre estos cuatro muros que llamo mente, después de eso, no quedará otra que buscar a Irene en una noche de agosto en el mar.



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