Residuo

8:00 / Publicado por Octavio Ortiz de Landazuri /






Las palabras discurrían lentamente bajo la sombría mirada inquisidora de su ejecutante sagaz e impertinente. Si, sagaz e impertinente esos eran los últimos adjetivos con los cuales la prensa nacional lo había calificado. 

Es tan fácil escribir sobre el mundo, en la cima de este, o mejor dicho, en una de sus tantas cimas. Y más gracioso es aún, escribir sobre el globo, mientras él mismo se cae a pedazos. Es todo un proceso el de la podredumbre, yo gracias a [. . .] logre limpiarme y lamer mis heridas. Bueno la gran mayoría hechas en trance auto-‘flagelatorio’ (así es como me gusta llamar a mis crisis existenciales ... mientras me hacia daño) y supongo que estoy mejor de lo que nunca pude haber soñado.

Vivo en lejos desde hace 4 años, es probable que el próximo año me den la tan ‘ansiada’ residencia. Me fui porque todos se hartaron de mi y porque además, me quede sin amigos. Se hartaron de mis crisis existenciales, se cansaron de mis dudas metafísicas que terminaron intoxicándoles a ellos también.

Vivo y vivo sólo.

Por un asalto de suerte[1] alguien pudo leer completamente los garabatos y  borrones que curiosamente llamaba ‘manuscritos’ y no reírse o lanzarlos al suelo antes. Según ese ‘alguien’ lo escrito no estaba tan mal como pensaba. Sólo que había aspectos que se podían corregir, pero en general, mi estilo desganado y fugaz,  un buen asesoramiento o algún taller, bien podrían asegurarme un lugar en la literatura contemporánea o sino, ponerme a buen recaudo económico en Europa.

Y lo que sucedió, un buen día, fue una mezcla de los dos.

Los grandes doctores que dictaban cátedra en mi alma mater no tuvieron otra opción más que sólo arrugar las narices frente a aquel nuevo material publicado.  Era muy  trasgresor, que un egresado de Derecho se pusiera escribir, y mas grave aún era escribir sobre cosas de borrachos y escritores  incomprendidos de la contracultura .

Y aunque eso ya era un comienzo y  las cosas marchaban bien, se podría y se puede decir que era un éxito relativo.  Y en partes porque faltaba el entusiasmo clásico del escritor joven que ve sus escritos publicados y expuestos en las más reputadas librerías limeñas.

Talvez sean los residuos existenciales[2]

 


[1] ( y no la marca de los cigarrillos)

[2]  El escritor prometió —solemnemente— no volver a leer a Sartre.

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