La veo poco.
Se desea mucho casi siempre, en la realidad, se tiene más de lo que necesita. Algo así dijo Mick Jagger.
Ciertos tiempos que acechan y amenazan con asistirte hasta la más oscura devastación de la nada. Cuando la soga que le ahorca a uno es lo único que queda, todo es oneroso y del cielo no cae una sola idea que pueda desbaratar las carencias.
Las cosas son diversas. Pero quizá exista el objeto o la persona que simbolice todo, lo resuma todo, una suerte de arcano del tarot, que atormenta y no nos permite cerrar los ojos y conciliar el sueño por las noches.
Seré específico.
Y seré directo.
Mujer. Hembra. Isis. Ying. SPM.
Cuando pienso en algo como esto, me apresuro a cerrar el pico. Pero mientras me hundo en este asiento y mis ojos no pueden alcanzar la luz; la oscuridad estimula la audición, mis manos y mi piel la perciben sobre el piano negro que pienso comprar la semana entrante. Retoza como antaño, como cuando lo hacía sobre el pasto seco de abril y mi sombra proyectaba sobre su cuerpo pequeño, después del milagro amoroso —la concreción de la vida, sacro y vulgar, como la frescura de los primeros eones, cuando nuestro padres andaban entre las hojas y creían ser todos hermanos— , y nos divertían los improperios vulgares de los hombres que pasan por allí y nos encontraban semidesnudos. Ni siquiera me asomare a dar descripciones precisas pues sería una falta total, además deseo fervientemente que siga en el anonimato, y que no vaya por allí haber algún asesino en serie.
La conocí en marzo.
La vi después.
Nunca conversamos
Hoy la vi después de mucho.
Hizo preguntas fugaces y fútiles. Estructura escollos a su intimidad. Hermosa, como una destrucción intencionada. Con sus cabellos miel asestándole de vez en cuando una punzada al sol y al viento, un aroma a esnobismo.
Vino y se fue.
Y Me quede sin palabras.
Y repito.
Hoy la vi
Algo que se quitó el velo, minutos antes de esta confesión.
No voy a follarla.
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